Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Dominó, magnolias y más


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Allá por los años cuarenta, por los míticos bares de ahora y de siempre, ella era una estrella con una flor de magnolia en su pelo abundante y ondulado. Aún permanece invisible, la flor.
La noches donde las personas se arreglaban bien y cogían un taxi, para obtener una velada grandiosa, donde la estrella con la magnolia en el pelo bailaba perfectamente, sin vacilar, con sus vestidos brillantes y borlas como plata brillante, alrededor de su torerita de terciopelo. Aquí en los tiempos de ahora perseveran otras cosas en estos supuestos años en que la vida termina, porque el corazón se cansa. Esta tarde la pude ver de lejos, en el comedor forrado de láminas de madera por el frío, por si el frío les helara los dedos a los viejitos. Sabía que ella pensaba en el arroz que tenía delante en un plato blanco, que ya podría ser una docena de ostras con un champán, yo me relamí de su pensamiento, porque puedo escucharla desde lejos, porque la conozco y por aquellos tiempos yo todavía no había nacido, pero ya andaba por aquí, sin forma, sin aliento, pero estaba. Cuando llegué a la mesa me sonrió y se sorprendió, porque quizás el porro de mariguana en mis labios era algo novedoso; Ceferino come y come el arroz con pollo y tiras de pimiento, no quiero más arroz, me dijo. Claro que no querría, no querría arroz con pimientos, eso no era siquiera hambre para ella, solo un plato de colores en el centro y sus manos a los lados y una servilleta blanca alrededor del cuello y los granos en cadena uno a uno, hasta terminar la tela. La tela con arroz perfectamente podría servir de lienzo en las paredes, pero no era el caso.

De pronto la vi, con su ovillo de lana pero un ovillo del tiempo, manchado de pinta labios, de risas, de caminar por Gran Vía, con un chaparrón de mil demonios, con guantes de cuero en sus manitas jóvenes y pequeñas. La vi, si la vi como yo veo todo; sin embargo ella ni se inmutaba, solo se limitaba a mirarme, porque mi porro se apuraba o se detenía según yo quisiera. Y sonó Armtrong, y el patio de magnolias y los viejitos jugando al dominó y ella, tan viejita del tiempo, bebía agua en su vaso de plástico, porque los niños los dejan caer y se lastimarán luego, en este caso, no. 

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